En Puerto Príncipe los haitianos se ayudan entre sí usando sus manos y las pocas herramientas que pueden encontrar
Por Ansel Herz
Especial para The Narco News Bulletin
14 de enero 2010
PUERTO PRÍNCIPE, HAITÍ, 14 DE ENERO DE 2010: El techo de la penitenciaría nacional de Haití no se encuentra en su lugar. Las cuatro paredes de la prisión se alzan hacia el aire, dejando nada más que el cielo abierto sobre sí.
La puerta de la prisión hacia el centro de Puerto Príncipe está abierta; los prisioneros y los policías se han ido. Los transeúntes caminan libremente, pisando los aún ardientes restos del techo del edificio. El terremoto de 7.0 grados de la tarde del martes lo rompió en pedazos.
“No se si esté vivo o muerto”, dijo Margaret Barnett, cuyo hijo estaba preso. “Mi casa está destruida. Me encuentro en las calles buscando a familiares.”
En la ausencia de cualquier esfuerzo de la ciudad por aliviar la situación, la ayuda ha venido de pequeños grupos de haitianos que trabajan juntos. Ciudadanos que están ayudando y que se han convertido en rescatistas. Los doctores solitarios deambulan por las calles ofreciendo su ayuda.
En la despedazada catedral una docena de hombres y mujeres se amontonan frente a un hombre con un pico que trata de liberar a una moribunda y polvorienta mujer.
La noche del terremoto, un grupo de amigos sacó ladrillos de un hogar colapsado, abriendo un angosto camino hacia el llanto de un niño sepultado entre los escombros.
Dos edificios arriba, Joseph Matherenne lloraba mientras dirigía la apenas visible luz de su teléfono celular hacia el cuerpo ensangrentado de su hermano de 23 años de edad. Su cuerpo estaba tendido sobre los escombros de la oficina en la que trabajaba como técnico de video. A diferencia de la mayoría de los cuerpos situados en las calles, no había ninguna sábana que cubriera su rostro.
El centro de Puerto Príncipe se parece a una zona de guerra. Algunos edificios permanecen de pie, ilesos. Aquellos dañados tendieron a colapsar, derramándose sobre las calles sobre carros y postes de teléfono.
Al día siguiente del terremoto no hubo una violencia extendida. En las calles no se vieron armas, cuchillos o robos, solamente había filas de familias llevando sus pertenencias. Hacían eco de su enojo y frustración a través de canciones tristes que se escuchaban toda la noche, no sus puños.
“Solo había visto esto en las películas”, dijo Jacques Nicholas de 33 años, quien saltó una barda cuando la casa en la que jugaba al dominó se derrumbaba. “Cuando los estadunidenses lanzaron misiles a Iraq, eso es lo que vi. Cuando Israel hizo lo mismo con Gaza, eso es lo que vi aquí.” Por la noche, Nicholas escuchó falsos rumores de que un tsunami se acercaba, uniéndose a los torrentes de personas que se alejaban del agua.
Nadie sabe que esperar. Algunas personas dicen que Haití necesita una fuerte intervención internacional—un esfuerzo de ayuda coordinada de parte de todos los grandes países. Pero en las calles era evidente que ninguna caballería inmediata de rescatistas estaba en camino de los Estados Unidos o de otras naciones.
“Mi situación no es mala” dijo Nicholas, “pero la situación en general de las personas es peor que la mía. Así que eso me afecta. Todo mundo quiere ayudar, pero no podemos hacer nada.”
Los haitianos están haciendo lo único que pueden. Ayudándose entre sí con sus manos y con las pocas herramientas que pueden encontrar, carecen de recursos para coordinar un esfuerzo de reconstrucción multifacético.”
Un locutor de radio popular recordó a todos que la fuerza del pueblo de Haití no podía ser subestimado, al escribir la siguiente entrada en su Twitter: “¡Podemos reconstruir! Superamos obstáculos más difíciles en 1804”—el año en que Haití se liberó del yugo esclavista colonial en una revuelta masiva. Mientras el reloj camina y los cuerpos se amontonan, tomará una visión clara y un trabajo duro de gran escala para que Haití se recupere de los temblores del martes.