Por Scott Campbell
Poco después de llegar a Palestina en 2012, un compa me invitó a una manifestación frente a al-Muqata’a en Ramallah, la sede de la Autoridad Palestina en Cisjordania ocupada. Fue un evento simbólico significativo, siendo la primera protesta contra la AP directamente frente a su sede, con cerca de 100 personas con pancartas en la banqueta condenando la decisión del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, de participar en negociaciones con Israel. No pasó mucho, pero aún así irritó la AP.
Después de la protesta, varias personas se reunieron en un café cercano. Esa fue la primera vez que conocí a Basil al-Araj. Del mismo modo, no pasó mucho, pero entre más tiempo pasé en Palestina, más y más frecuentemente me encontraba en compañía de Basil. Hablaba un inglés aceptable y, aparte con traducciones de otras personas, así fue como nos comunicábamos, ya que a pesar de que me las arreglé para vivir allá más de un año, vergonzozamente no aprendí árabe.
Desde el principio, Basil me pareció inteligente, apasionado y terco. Siempre llevaba textos políticos y teoréticos y ofrecía para reflexión o discusión lo que había estado leyendo. Tenía una vena iconoclasta que desataría con una floritura retórica. Una de sus especialidades era saber exactamente qué decir y cuándo decirlo para poder meterse bajo tu piel, de la manera más amistosa. Nuestras discusiones sobre el anarquismo estaban garantizadas para terminar con frustración de camaradería en ambos lados. No escribo esto para mancharle, sino con una sonrisa en mi rostro, recordando el individuo complejo y dinámico que él era. Echo de menos todo.
Una mañana mientras mis padres estaban de visita, varios de nosotros nos reunimos para el desayuno en el departamento de una amiga. Basil estaba allí y a mediados de la comida comenzó a fastidiar a mi padre con preguntas sobre sus pensamientos sobre George Habash, Leila Khaled y el Frente Popular para la Liberación de Palestina. Tenía la intención de hacer que mi padre se sintiera incómodo, lo que Basil logró hacer, y pude ver por la sonrisa y el brillo en sus ojos que Basil lo estaba disfrutando completamente. Yo quería estrangularlo en ese momento. Ahora todo lo que puedo hacer es reír.
Meses después de haber sido impresionado con Basil como inteligente, dedicado y humilde, aprendí lo buen amigo que podría ser. Después de un largo período en Palestina, tuve dificultades para recibir tratamiento para una condición médica en curso. Cuando esto fue compartido con Basilio, inmediatamente se ofreció a ayudar. Utilizando su entrenamiento como farmacéutico, hizo numerosos viajes de varias horas de al-Walaja a Ramallah para traerme el tratamiento que necesitaba. Ni una sola vez me permitió pagarle el medicamento o para sus gastos de viaje. Sus esfuerzos mantuvieron mi bienestar y nunca lo olvidaré. Al hacerlo, me enseñó el significado de la solidaridad y el apoyo mutuo.
Al salir de Palestina, tuve poco contacto con Basil y ninguno durante el último año o más. Pero cuando abrí mi email en la mañana del lunes 6 de marzo, estaba allí. Ese aviso que se siente más como una cuestión de cuándo, no de si: que los israelíes habían robado un amigo. La rutina casual de email se rompió primero con incredulidad y luego con una profunda tristeza se hundieron. No pude hacer otra cosa que llorar. Dado el impacto con que me golpeó, ni siquiera puedo empezar a imaginar el golpe que tal noticia impactaron a lxs que pasaron años en su compañía. Ofrezco mis condolencias más sinceras y profundas a su familia, amigxs y compañerxs. El asesinato de Basil al-Araj es una pérdida tremenda para un gran número de personas, como lo demuestran el clamor internacional, las manifestaciones en curso y las miles de personas que asistieron a su funeral – una vez que los ocupantes israelíes se dignaron devolver su cuerpo acribillado a balas a su familia.
Un recuento de las tribulaciones que Basil se enfrentó durante su último año en esta tierra se puede encontrar en otros lugares. Reflexionando sobre lo que él pasó, mientras permanece el dolor, estoy lleno de una admiración, orgullo y rabia enorme. Rabia que la Autoridad Palestina encarceló, torturó y pintó un blanco en Basil. Rabia que incluso después de haber sido martirizado, la Autoridad Palestina persiguió cargas legales en su contra mientras golpeaba a lxs palestinxs en las calles, incluido el padre de Basil, que estaban de luto y condenaban la sumisión de la Autoridad Palestina al ocupante. Rabia que durante siete meses, Basil fue forzado a la clandestinidad por los israelíes, que sin cesar acosaron a su familia y asaltaron su casa más de diez veces. Rabia que después de una vida vivida bajo el apartheid israelí, en las horas de la madrugada de un lunes Basil estaba solo por dos horas bajo una lluvia de balas israelíes antes de finalmente sucumbir, asesinado por negarse a doblegarse, asesinado por ser un palestino sin disculpas en Palestina.
Admiro y me enorgullece haber conocido a Basil, aunque sea por un tiempo corto. Admiro su agudeza política independiente, su capacidad para mezclar tendencias antiautoritarias, una perspectiva internacional y la liberación palestina. Y cómo ese rigor intelectual no sólo le condujo a la resistencia sino también a ser un verdadero amigo y compañero. Para él, los dos estaban intrínsecamente vinculados. Admiro cómo resistió las injusticias infligidas a él por la AP y ganó su liberación con una huelga de hambre. Admiro cómo se mantuvo clandestino durante tanto tiempo en un territorio militarmente ocupado. Y por último, admiro que cuando las fuerzas de ocupación israelíes vinieron por él, su decisión final resumió la trayectoria de su vida: a resistir. Ya había escrito su testamento. Junto a su fusil tenía sus libros, incluido Gramsci. Y al partir, escribió en su propia sangre: «La humillación es cosa del pasado».
Gracias, Basil, por todo lo que hiciste por todxs nosotrxs. Viaje bien, amigo. Tu memoria y tu camino están sostenidos por aquellxs que permanecen.