Fui Templario por Dos Horas

Por Rafael Camacho

Pedro Preciado es un hombre grande, su metro con noventa centímetros de estatura y sus 120 kilos de peso no dejan dudas al respecto; su hablar en cambio es pausado y suave, tiene una de esas voces que arrullan, que transmiten paz. Pedro es un pastor cristiano en el ministerio de la Iglesia Métodista Libre y atiende la zona de Tepalcatepec y parte de Coalcomán, ambos municipios de el estado mexicano de Michoacán.

El camino

El 10 de enero, Pedro junto con su esposa y dos hijas, salieron de Morelia con dirección a Coalcomán; viajaban en una camioneta blanca con rótulos de la iglesia cristiana a la que pertenece Pedro. Al llegar al crucero de Cuatro Caminos, aproximadamente a 1 kilómetro de Nueva Italia, la autopista se encontraba bloqueada por dos patrullas de policías federales. Tomaron un retorno y después de algunas maniobras lograron salir unos metros más adelante donde se encontraron con otro bloqueo. Esta vez eran camiones de volteo y de carga, así como algunas patrullas de federales y otras de policías municipales de Nueva Italia, por lo que decidieron esperar a que terminara el bloqueo para poder continuar su camino.

Poco tiempo después algunas camionetas comenzaron a avanzar, por lo que Pedro bajó de su vehículo y se acercó a ver qué pasaba. Un policía municipal le pidió que se identificara y le preguntó a dónde se dirigía. Pedro se identificó como pastor y le indicó que se dirigía a Coalcomán.

— ¿Y a qué vas a Coalcomán? Preguntó el policía.

— Pues a predicar, ya ven que tienen la zona convertida en un infierno, a ver si alguno se arrepiente de todo lo que está pasando— respondió el pastor. Pedro volvió a su vehículo y media hora mas tarde el policía le comunicó a la familia que se iba a levantar el bloqueo y que la carretera quedaría libre, por lo que podían continuar su camino.

Continuaron su viaje y un poco más adelante, a la altura del sitio donde unos meses antes, Caballeros Templarios emboscaron a productores de limón que se manifestaban por el aniversario luctuoso de Emiliano Zapata, Pedro y su familia se percataron de que había otro bloqueo y que dos carros, uno más que otro, estaban incendiándose. A pesar de la información que habían recibido por parte de la policía municipal de Nueva Italia, la familia se encontraba nuevamente con un bloqueo, pero esta vez la situación fue más confusa, ya no había policía, pero sí muchos civiles merodeando sobre y por debajo del puente peatonal que se encuentra en la zona.

Eran las 3 de la tarde, alguien se acerca y les dice que ya se puede pasar, que el bloqueo ha terminado. Alguien más mueve el carro que está a medio incendiar, liberando el tránsito y permitiendo el paso de algunos coches y camionetas, entre ellas la de la familia cristiana.

Habían llegado hasta Antúnez, pero como si se tratara de una película de terror de esas inverosímiles, donde a los protagonistas les suceden mil cosas antes de lograr escapar, un grupo de civiles les salen al paso y les indican que se detengan. Son 4 jóvenes de entre 17 y 22 años que portan radios y se desplazan en motocicletas. Son Caballeros Templarios.

Camión quemada

El infierno

— Deme las llaves de su camioneta, baje sus cosas, si usted colabora con nosotros no le vamos a quemar la camioneta, así que bájese, entregue sus llaves, baje a su familia, a su esposa y a sus hijas, y nosotros se las vamos a cuidar.

Desde la carretera se puede ver la casa de seguridad a la que se llevaron a su familia. Uno de los jóvenes le dice a Pedro que le ayude a mover carros para bloquear porque ya vienen los perros blancos –nombre con el los Caballeros Templarios llaman a los grupos de autodefensas– y le empieza a dar llaves para que mueva los carros que ya tienen ahí.

Pedro reflexiona y nos comenta que ellos no conocían la estrategia de los Templarios para realizar los bloqueos carreteros, que consiste en abrir la carretera intermitentemente para dejar pasar más coches y proveerse de materia prima cuando se les empiezan a agotar los que están incendiando.

Con su familia secuestrada no le queda otra opción, empieza a estacionar coches a ambos lados del camino para luego incendiarlos, lleva más de una hora cruzando e incendiando coches junto con los Templarios cuando, por uno de los radios que portan los mismos, se escucha el aviso de que se acercan los comunitarios. Los jóvenes se suben en sus motocicletas y huyen dejando a Pedro, quien se esconde detrás de un puente peatonal a esperar la llegada de los comunitarios.

De pronto, el pastor reconoce dos vehículos blindados que días antes había visto en la televisión y decide salir de su escondite. Llegan más camionetas, portan en sus costados los rótulos que las identifican como grupos de autodefensa de Tepalcatepec; algunos comunitarios –apelativo con que los pobladores denominan a estos grupos– que vienen a bordo, reconocen al pastor inmediatamente.

— ¿Qué estás haciendo aquí? le preguntan los comunitarios.

— Pues quemando carros, responde Pedro.

— ¿Cómo vas a estar quemando carros? replican los comunitarios.

Pedro les cuenta que fue retenido, que secuestraron a su familia, que le quitaron la camioneta y que fue obligado a quemar coches. Los comunitarios le preguntan dónde está su familia y le piden las llaves de su camioneta para traerla de vuelta. Pedro les da indicaciones sobre el lugar donde se encuentra su familia y les comenta que los Templarios se llevaron las llaves, pero les dice que no hay problema ya que su camioneta abre con cualquier llave.

Poco más tarde, los comunitarios vuelven con su camioneta y su familia, le dan indicaciones para que al continuar su camino no pasen por Apatzingán. Le dicen que suba por Parácuaro y que ahí otros comunitarios les indicarían el camino hacia Tancítaro de donde se puede bajar hacia Buenavista, que ya es territorio bajo control de los grupos de autodefensa y desde donde se puede transitar tranquilamente hasta Coalcomán, destino de la familia cristiana. Pedro y su familia agradecen a los comunitarios quienes horas mas tarde liberarían los poblados de Antúnez y Nueva Italia del control de los Caballeros Templarios.
Avanzaron poco más de un kilómetro cuando al pasar por un pequeño poblado al pie de la carretera, nuevamente fueron interceptados por los mismos jóvenes templarios. Obligan a Pedro a descender del vehículo y le recriminan que por su culpa lograron pasar los comunitarios; le informan que lo llevarán con su superior para que sea él quien rinda cuentas. Pedro intenta explicarles que era imposible detener el avance de los comunitarios, quienes se desplazaban en al menos 40 camionetas, pero sus esfuerzos resultan en vano y es trasladado junto con su familia a un lugar cercano, a tan sólo unas calles de la carretera, donde se encontraba el jefe.

— Éste fue el que los dejó pasar, le informan los jóvenes a su superior. Pedro replica argumentando que él no los dejo pasar, que él les estaba ayudando para que le devolvieran a su familia, que él no tiene la culpa de su guerra ni de sus problemas.

— No me importa, tú los dejaste pasar, tú te mueres, responde el jefe templario a la vez que apunta su arma a la cabeza de Pedro. De pronto dos helicópteros, uno del ejército y otro de policías federales pasan sobrevolando el lugar y se empiezan a escuchar detonaciones provenientes de Antúnez. Por los radios de los Templarios informan que los comunitarios han entrado en Antúnez, y les pierden que se reporten que que hechen aguas.

Otros templarios llegan con más rehenes, una familia de padre y madre con 4 niñas menores de 10 años y 3 jóvenes trabajadores quienes indicaron que también habían sido usados para incendiar vehículos en otros puntos de la carretera hacia Apatzingán. Todos los rehenes son llevados a una casa bajo la vigilancia de un templario con la promesa de que volverán para matarlos.

Son casi las 6 de la tarde y ha sido una tarde complicada por decir poco. Las hijas de ambas familias se encuentran inquietas y con hambre, por lo que Pedro se acerca con el joven que los vigila y le pide algo de comer. El vigilante les da unas latas de frijoles y en la cocina encuentran un poco de harina de maiz, con la que preparan unas tortillas y comen.

Pedro, quien a pesar de reconocerse como un hombre de fe que tiene claro que tarde o temprano morirá, siente fuertes escalofríos, siente como que el alma le abandona el cuerpo.

Ya es la 1 de la mañana y llega otra familia que había sido capturada en la carretera. Seguros de que morirían, pasan el tiempo platicando y contándose historias, unos rezan, otros se dan ánimo y se despiden. Han pasado aproximadamente 3 horas cuando por la radio del vigilante escuchan que se aproxima un cambio de turno que tendrá lugar a las 7:30 am.

El padre de las 4 niñas convence a Pedro de ir con el vigilante a decirle que si los van a matar los maten de una vez, que les intercambian su vida por la de sus familias y que no quisieran que sus hijas los vieran morir. El vigilante les responde que a las 7:30 es el cambio de turno y que a esa hora les va a dar dos minutos para escapar, que ambas familias con hijas pueden subir a la camioneta y huir, pero que 5 minutos después dará aviso de que escaparon y que si los agarran en la carretera los van a matar. Minutos antes de la huída, ambos padres de familia retiran los rótulos del la iglesia de la camioneta para no ser identificados en el camino.

La huida

Son las 7:30 am el vigilante sale haciéndose el desentendido y los rehenes detrás de él, suben a la camioneta, arrancan y se van. En la carretera aún quedan coches humeantes de la tarde anterior pero el camino transcurre con cierta calma.

Las familias llegan a Apatzingán donde el otro padre de familia tiene una casa y les ofrece asilo. Pedro agradece pero considera que no es seguro, probablemente ya están buscando la camioneta y lo mejor es continuar su camino. Se separan. Yendo por el libramiento un semáforo se pone en rojo; un limpiavidrios y un vendedor de chicles, halcones templarios, se acercan a la camioneta a preguntarle si ha visto una camioneta como ésa pero con logos de una iglesia cristiana, logos que horas antes -por providencia de Dios, dice Pedro- habían retirado. —No, no la he visto, responde. El limpiavidrios le dice que desde Antúnez la vienen monitoreando y que nadie sale de Apatzingán si no tiene un permiso, menos después de lo que había pasado horas antes en Antúnez y Nueva Italia.

El limpiavidrios comenta que el cambio de turno está próximo a llegar y que no tiene inconveniente en dejarlo pasar sin avisar, pero que si los descubre su relevo seguramente serán detenidos por lo que le recomienda irse rápido y llegar al retén militar que está cerca de ahí, donde los Caballeros Templarios ya no tienen tanta fuerza.

Pedro acelera, está muy cerca de salir del infierno por el que ha pasado en las últimas horas, sabe exactamente dónde se encuentra el retén y sabe que están muy cerca.

La familia logra cruzar el puesto de control militar. Unos metros adelante Pedro detiene el vehículo, se bajan y se abrazan, lloran, vomitan de los nervios y la tensión. Ahora sí están seguros de haber salvado la vida.

Antes de terminar con su relato, Pedro comenta que no sabe nada de la otra familia ni de los tres jóvenes que se quedaron en el lugar de los Templarios; nos dice que ha tratado de localizarlos porque se intercambiaron los telefonos, que no lo ha logrado pero espera que se encuentren bien.

— Fui templario por dos horas, forzado, obligado, con la esperanza de que me devolvieran a mi familia. Ése es mi relato. Que Dios los bendiga, concluye Pedro.